Una nueva tendencia parece estar instalándose en la televisión internacional: la de los presentadores casi ausentes. Figuras de alto perfil como Davina McCall y Liz Hurley están encabezando programas en el Reino Unido donde su presencia es tan mínima que roza lo testimonial. Esto plantea una pregunta sobre el nuevo rol de las celebridades en la pantalla y el contraste con la exposición total que viven los participantes de estos formatos, especialmente en Argentina.
Conducir a control remoto: el trabajo más cómodo de la TV
Para entender este fenómeno, basta con mirar dos ejemplos británicos. El primero es Stranded on Honeymoon Island, un reality de la BBC donde un grupo de desconocidos se casa y es abandonado en una isla. Aunque la cara del programa es Davina McCall, su participación física en el primer episodio se limita a tres minutos. El resto del tiempo, su interacción se reduce a una voz en off y a esporádicas apariciones en un iPad para leer comentarios guionados desde miles de kilómetros de distancia.
El segundo caso es aún más extremo. En The Inheritance, un programa de juegos al estilo The Traitors, la actriz Elizabeth Hurley es la anfitriona nominal. Sin embargo, su rol consiste únicamente en aparecer en videos excepcionalmente breves, grabados previamente, ya que su personaje está muerto en la trama. ¿Acaso la conducción a distancia es la nueva moda? Parece que sí. Atrás quedaron los días en que se esperaba que el presentador viajara al lugar de los hechos e interactuara con los concursantes. Ahora, todo se soluciona con un par de horas de filmación y clips enviados por internet.
El contraste con el fenómeno local y la vida después de la casa
Esta modalidad de “conducción fantasma” contrasta fuertemente con la de anfitriones cuya presencia define el tono del show. Sin embargo, el debate más interesante surge al comparar la comodidad de estas estrellas consagradas con la vertiginosa y a menudo difícil realidad que enfrentan los participantes una vez que se apagan las cámaras. Mientras en el Reino Unido se discute sobre el “trabajo más cómodo de la televisión”, en Argentina, la conversación gira en torno al lado B de la fama para quienes salen de la casa más famosa del país: Gran Hermano.
Un claro ejemplo de esto es Coti Romero, una de las figuras más mediáticas de la edición 2022. Su vida después del reality se ha convertido en un torbellino de exposición, compromisos laborales y un escrutinio público constante.
La exposición mediática y la vida personal bajo la lupa
Coti Romero y su novio, Nacho Castañares, a quien también conoció en el reality, intentan llevar adelante su relación en medio de la vorágine mediática. Recientemente, se viralizó un video donde se los veía muy acaramelados en un taxi, una muestra de cómo cada uno de sus movimientos es registrado. La propia correntina ha compartido detalles de su intimidad, como los apodos que usan en pareja. “No me gusta que me diga Coti porque para él no soy Coti, soy ‘mi amor’ o ‘Caá Catí’”, confesó. También fue tajante al aclarar que no tiene interés en una pareja abierta: “Si querés estar con alguien más, te dejo vía libre pero yo no voy a estar más con vos”.
El pedido de ayuda y la presión de la fama
Sin embargo, esta exposición continua y un ritmo de trabajo acelerado han tenido serias consecuencias en su salud mental. A través de su canal de difusión en Instagram, Coti compartió un extenso descargo sobre las presiones que sufre, incluso por parte de algunos seguidores que se toman el atrevimiento de darle consejos no solicitados sobre su vida y su carrera.
“Tengo 22 años, tengo muchas responsabilidades, obligaciones y preocupaciones lamentablemente. A veces no puedo con todo y eso hay mucha gente que no lo entiende”, escribió la joven, reconociendo sus errores como parte de su crecimiento. Su mensaje concluyó con una frase que encendió las alarmas de sus seguidores y dejó en evidencia el peso de la fama: “A veces necesito que Dios se siente a mi lado y me diga qué hacer”. Su situación refleja la otra cara del reality: mientras algunos lo presentan desde la comodidad de un sillón, otros viven sus secuelas con una intensidad abrumadora.
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